FATUM
FATUM
Hace ya algún tiempo que me cuesta dormir; un miedo irracional transita
por mi cuerpo, escarba en mi cabeza, y es tan pertinaz en su intención que ha
destruido la cómoda rutina de mi vida. Cualquier ruido me altera, o mejor sería
decir, que me exalta hasta el punto de sufrir espasmos. He desconectado los
teléfonos, he arrancado las aldabas de la puerta y he roto el timbre. Tengo la
constante sensación de sentirme vigilado. Me he esmerado en iluminar las
estancias de modo que no quede ningún rincón a oscuras, en esos recovecos en
penumbra quien sabe lo que podría esconderse. El horror más grande es no saber qué
cosa nos lo produce.
Hoy me he mirado en el espejo y lo que he visto me ha llenado de
espanto. Mi imagen es la de un ser perturbado de ojos vidriosos, oscuras ojeras
y piel macilenta. Entorno a mí ondula una aureola de muerte.
Todo empezó hace unos días; primero fue un zumbido amortiguado a través
de las paredes, luego fueron unos intermitentes arañazos en el techo y las
puertas, y por último me quedé sin luz. Los ruidos siguen. Tal vez sean las
ratas que han roído algún cable eléctrico, pero los sonidos son persistentes y
van en aumento. Ahora también puedo escucharlos bajo mis pies, si esto lo
provocan las ratas es que deben ser una legión.
La otra noche me hallaba encogido sobre la cama cubriéndome los oídos,
para amortiguar los golpes y chirridos que me estaban volviendo loco. Ríos de
sudor empapaban mi cuerpo y un frío de fiebre me hacía temblar. Miré hacía la
ventana y entre las rendijas de la persiana vi otra vez esa cosa, esa forma
indefinida y temblorosa que se desliza emitiendo un sonido sibilante de pulmón
perforado. El corazón golpeaba tan fuerte dentro de mi pecho que la posibilidad
de morir de miedo casi me consoló. Corrí los pesados cortinajes y la luz del
día se filtra ahora débilmente en la oscurecida habitación. No puedo verle,
pero le siento rondar.
Solo me queda una vela que no tardará en consumirse, las provisiones se
están terminando, pero desde que oí que algo se arrastra en el descansillo no
me atrevo a salir. Hace unas horas empezó un ruido nuevo, es un latido sordo
que retumba en todas las habitaciones de la casa cada vez con más fuerza. Sea
lo que sea lo que acecha tras la puerta, quiera lo que quiera con ese chapoteo
viscoso que me trae desatinados pensamientos, ha conseguido ya la victoria. Resignado,
aunque sujetando el débil cabo de la esperanza, me he refugiado en mi cuarto
agazapado en un rincón de la cama. No puedo hacer otra cosa que esperar.
Estoy aterrado... me atormenta un temor supersticioso por lo que pueda ver cuando se abra esta puerta.
Y transido contemplo como el pomo gira lentamente, sintiendo la indigna humedad
en la entrepierna, mientras su voz de otro mundo me taladra el cerebro
anunciando:
¡Vengo
a por ti!
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