SANGRE DE VAMPIRO

Le invocaste inconsciente
en el regazo de la noche más fría,
cuando el sueño a tus párpados no descendía.
Cautiva de una extraña sugestión,
de tu pecho nació un lamento,
y tórnose lívida tu frente
al oír pasar la muerte.

Del febril duermevela despertaste,
y te contó el alba que fue un delirio.
Pero la duda no alienta ni consuela,
y así el día se llevó tu alegría,
y la noche trajo la melancolía.

la enfermedad fue martirio
que de tu ser ahuyentó el vigor
y de tu piel de lirio borró el color.
Sombras negras tus ojos rodearon
trayendo a tu alma desaliento y dolor.

¿Cuál era la causa de tu infinito cansancio?

No podías tú saber
que el culpable era el infame
quien con arteras tentaciones
al infierno te arrastró,
entre vapores de vino rancio.

¿Cómo ibas a saber que era un vampiro,
un ser expulsado de la tumba
que, desde un panteón olvidado,
aquella noche vino a verte?

No podías saberlo,
mas tal vez lo sospechaste.


En la noche había un vahído de amapolas
y en tu piel la nieve se volvió llamarada.
Por males sin nombre atormentada,
confusa como un náufrago entre las olas,
de tus labios el aliento se escapaba
en busca del último suspiro.
Pero luces como espadas te cegaron,
a tus pies el suelo retumbaba,
y no fue fruto del letal cianuro
ni los látigos de tu alma corroída.
Fue tu sangre que intuyó al vampiro
que husmeaba en tu rastro puro
la sangre que alentaba a ser bebida.


Regresó de un tiempo antiguo,
para espiarte al amparo de las sombras,
para velarte en las puertas del sueño,
esas, que nunca más se abrirán para ti.
Y fue en aquella noche,
al diluirse el ensueño, 
cuando la locura empañó tu mente
y el miedo cruzó tu rostro.
Se reveló ante tu vista su lúbrica sonrisa,
acercándose a tu lecho sigilosa.

Fue su boca un ascua ardiente
al penetrar tu piel el afilado eburno,
calmó la sed en la fuente 
que caliente brotaba de tu cuello
otorgándote el presente de la eternidad.
Mas tú en vano te revolvías,
y un deseo atroz de la vida
que se escapaba por la herida
urgió el cauce de tus venas;
Rechinaron tus dientes,
se arqueó tu espalda,
se congelo tu pulso
y el frío envolvió tu alma.

Con él, en comunión de sangre,
cruzaste el umbral de la muerte
y a la vida volviste despertando
con la sed desbocada de mil bocas.
La sed que de purpura tiñe
el pensamiento a todas horas.
¡La sed!... la maldita,
la obstinada e insaciable sed.
La sed que solo acalla
la sangre de un corazón agonizante.

Te condenaste a la maldición
para la que no existe absolución.
Por ello cabalgarás sobre los siglos,
sobre las edades de la tierra
sin posible rendición.
Porque en la boca nunca muere
el pertinaz y metálico sabor
de la efervescencia imperiosa de la vida.

Noche tras noche abandonarás
la tierra consagrada de tu tumba.
Con tu beso infectarás
a todo aquel que en vida amaste,
pues tú eliges al que muere
para darte a ti la vida
o escoges a quien conviertes
en esclavo o en sirviente.
sin culpa ni penas,
ni nada que te condene
por beber el sagrado néctar
de las venas que se te ofrecen.

Tus manos ya no serán tus manos
ni verán tus ojos las mismas cosas;
no habrá sabor en tu boca,
y en tu corazón habrá llagas como fosas.
Porque así ha sido y lo será eternamente,
para los que llevan la sangre del vampiro.

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